EN UN GESTO SIN PRECEDENTES, la princesa Ana ha hecho estallar un escándalo en Buckingham al declarar públicamente que Camila, la esposa del rey Carlos, “no es la reina”. Este comentario explosivo, realizado durante un banquete en el palacio, ha dejado a los presentes en shock y ha reabierto viejas heridas dentro de la familia real británica. La tensión entre Ana y Camila ha estado latente durante años, alimentada por un pasado lleno de traiciones y rencores.
La declaración de Ana no fue simplemente un desliz: fue un acto de valentía que desafía el protocolo real y la voluntad de su madre, la difunta reina Isabel II, quien había expresado su deseo de que Camila nunca fuera reconocida como reina plena. Al pronunciar esas palabras, Ana reafirmó su lealtad al legado de su madre y dejó claro que el resentimiento por la presencia de Camila en la monarquía aún perdura.
Desde la boda de Camila y Carlos, la relación entre Ana y su hermano ha estado marcada por diferencias irreconciliables, exacerbadas por las decisiones de Carlos que, en opinión de Ana, han desestabilizado la institución monárquica. En un contexto de creciente tensión interna, el silencio de Ana ha sido roto, y sus palabras resuenan como una advertencia sobre el futuro de la monarquía británica.
Este episodio, que llega en un momento de cambio tras la muerte de la reina Isabel II, plantea interrogantes sobre quién realmente controla el destino de la familia real. Mientras tanto, Ana continúa su incansable labor de servicio público, manteniendo su compromiso con la corona a pesar de las turbulencias. La batalla por el reconocimiento y la legitimidad en Buckingham está lejos de terminar, y el mundo ahora observa con atención cómo se desarrollará este drama real.