La desesperación en Ferrari ha alcanzado su punto más álgido tras la filtración de datos devastadores sobre el SF-25. Este monoplaza, lejos de ser un simple fracaso técnico, se ha convertido en un símbolo de la decepción colectiva de una afición que anhela la gloria. En Maranello, la situación es crítica, mientras los ingenieros lidian con un coche errático que no ofrece la estabilidad necesaria para competir.
Desde su debut, el SF-25 ha mostrado un rendimiento inconsistente, incapaz de garantizar resultados en la pista. Loig Serra, el nuevo director técnico, heredó un proyecto que ya se encontraba en un estado complicado. A pesar de las esperanzas depositadas en él, el monoplaza ha demostrado ser un caos, especialmente en circuitos como Miami, donde Ferrari fue superado incluso por Williams, un golpe directo a la moral del equipo.
Con cada carrera, la falta de tracción en curvas lentas y la inestabilidad en frenadas han llevado a los pilotos, Charles Leclerc y Carlos Sainz, a luchar contra un coche que se comporta como una ruleta. Aunque algunos cambios han aportado ligeras mejoras, no son suficientes para desafiar a gigantes como Red Bull, McLaren o Mercedes. La próxima oportunidad de redención se presentará en Imola, donde se esperan modificaciones mínimas, pero la verdadera prueba llegará en Barcelona, donde Ferrari apostará fuerte con un nuevo difusor y cambios significativos en la suspensión.
Sin embargo, el tiempo corre en contra de Ferrari. El Gran Premio de Hungría podría ser una fecha clave: la decisión de continuar invirtiendo en el SF-25 o cerrar el capítulo de 2024 para concentrarse en 2026 se avecina. Con la competencia al acecho, la presión aumenta. La era de compromisos ha terminado; Ferrari necesita resultados tangibles y una dirección clara. La verdad es innegable: el SF-25 ha fallado y la Scuderia debe reinventarse antes de que sea demasiado tarde.